Vengo de una familia que lo guardaba todo. Mi padre, hasta recortes de los artículos de prensa que le gustaban; mi madre, las etiquetas de la ropa y las agendas en las que apuntaba los gastos de casa. Casi todos sus hijos hemos heredado esta malformación, y en nuestras casas es difícil vivir, rodeados de recuerdos y objetos del pasado que acumulan polvo en las estanterías o los cajones. Algún día tendremos que tirarlo todo, pero, antes de eso, quiero ir dejando aquí registro de esas cosas que aún hay por casa: un pequeño homenaje a mis padres, amigos de los libros y las cosas bonitas, y a estos objetos que nos acompañaron desde la infancia, pero cuyo recuerdo es frágil como una mariposa.